Este artículo fue publicado en el boletín El Reactor en junio de 1987. En él coloqué al genial detective Sherlock Holmes y a su fiel compañero, el doctor Watson, investigando la desaparición de cubiertos en el comedor de los albergados. Al final encontrará un enlace para leer o descargar el boletín completo en PDF.
El doctor Watson contempló impotente aquella tocineta que lo retaba desde el plato. Durante un largo rato había tratado de picarla con ayuda de una cuchara y un cuchillo, pero la presa se le escapaba resbalosa cada vez que intentaba arrancarle un pedazo que pudiera llevarse a la boca.
—Todavía no comprendo qué hacemos comiendo en este comedor de albergados —dijo mientras soltaba cansado sus cubiertos y miraba a Holmes—. Aquí se necesitan tenedores.
—Precisamente por eso estamos aquí, querido Watson —Holmes también había estado luchando con otra tocineta, pero con mayor éxito. Había conseguido probar su primer bocado— ¡Uhm! Realmente no está mal.
Luego de una pausa masticatoria continuó.
—Como te decía Watson, de este comedor han desaparecido, en solo un mes, treinta tenedores nuevecitos que trajeron para los albergados. El asunto ha intrigado mucho y solicitaron nuestro servicio. Decidí que para comenzar nada mejor que acudir al lugar de los hechos. —Holmes se enfrascó de nuevo en la lucha con la tocineta. — Y bien —dijo sin mirar a Watson— ¿Qué propone usted para tratar de hallar la solución del caso?
—Así que treinta tenedores en un mes, bueno —contestó Watson encogiéndose de hombros. — Yo pensaría enseguida en Joe, el falsificador, seguro que los quiere para acuñar sus monedas falsas.
—No, Watson, esos no son los métodos de Joe. Además, Joe, el falsificador, no es albergado, hace mucho que le dieron un apartamento.
—Entonces, ¿usted piensa que el culpable está entre los albergados?
—Bueno, para comenzar diremos que entre toda la gente relacionada con este comedor.
—¿Pudiera ser algún trabajador?, pero ¿qué diablos va a hacer con treinta tenedores? Además, ¿por qué se lleva solo los tenedores? No, eso es absurdo.
—Indiscutiblemente absurdo, Watson.
Holmes desistió de la tocineta. Encendió su pipa y se arrellanó en su silla.
—En el camino hacia acá pensé que quizás alguien se estaba comiendo los tenedores. Recuerdo que aquí, en La CEN, atrapamos a uno que se comió los tubos pasamanos de las guaguas, por cierto, no los han vuelto a colocar. Pero después desistí de la idea. Creo que realmente el problema es otro.
— Pero ya solo quedan los albergados, eso es más que absurdo, porque son ellos los más perjudicados con la pérdida de los tenedores—. Dijo Watson mientras miraba su tocineta intacta.
Holmes lanzó una bocanada de humo.
—Yo creo que este es un problema de pequeñez.
—¡Esto no es ninguna pequeñez! —Exclamó Watson dando un puñetazo en la mesa. La tocineta saltó sobre él, manchándole de grasa el traje, pero continuó con impetuosa energía— ¡Esto es algo muy serio!
—No me has entendido mi querido Watson —Holmes sonrió, mientras, se ponía de pie y tomaba su sobretodo—. Esto es un problema de pequeñez cerebral de los que se llevan los tenedores.

