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“Solo hay algo peor que formar a tus empleados y que se vayan… no formarlos y que se queden.”

Esta frase que se atribuye a Henry Ford (1863 – 1947), la persona que revolucionó la producción de automóviles, y que es muy utilizada para resaltar la importancia de la capacitación; nos dice también, que desde los inicios de la era industrial existe la preocupación de las empresas por retener al personal calificado.

La preparación de los técnicos y especialistas que trabajarían en la central electronuclear de Juraguá resultaba larga y costosa. Los planes de capacitación podían tener una duración de hasta unos cuatro años. Incluían numerosos cursos, adiestramiento en una central térmica del país, paso por el centro internacional de entrenamiento de Novo Vorónezh y doblaje del cargo en una central nuclear en operaciones.

Lo prolongado de la formación, el retraso de la inversión, insuficientes atractivos para vivir en el lugar, problemas personales, ofertas de trabajo y otras causas hacían que no pocos abandonaran la obra, incluso después de haber vencido etapas avanzadas de su preparación. Otros, de manera oportunista, solo estaban a la caza de un viaje al extranjero, y solicitaban la baja al momento de descender la escalerilla del avión de regreso. Y estaban los que no regresaban.

Fue durante una rendición de cuentas del Ministerio de la Industria Básica a la Asamblea Nacional del Poder Popular, en la que se trató el tema de la estabilidad del personal técnico en las inversiones, que Fidel Castro planteó que además de los mecanismos e incentivos propuestos, debía existir un compromiso moral de la juventud que trabajaba en estas obras, que permitiera contar con el suficiente personal adiestrado en el momento de su puesta en marcha.

De manera que comenzó un proceso político cuyo fin era que los trabajadores se comprometieran, mediante documento firmado, a permanecer incondicionalmente en la obra, y que tuvieran que justificar y rendir cuentas en caso de marcharse. Se creó una comisión presidida por un miembro del Comité del Partido e integrada por el secretario ideológico de la UJC, un miembro del sindicato y el director de Recursos Humanos. El proceso incluía entrevistas con los nuevos trabajadores para conocer sus expectativas y su compromiso; actos, propaganda y estímulos morales.

En realidad, el hecho de firmar el compromiso no logró retener a los que decidían marcharse por alguna razón. Los militantes del Partido y la UJC resultaban los más presionados, en una época donde pertenecer a esas organizaciones era considerado como una especie de aval que podía abrir puertas. Algunos planteaban, o inventaban, excusas para justificar su salida y conservar el carné, pero era difícil convencer a los altos dirigentes. Era común ver reuniones convertidas en verdaderos tribunales de inquisición que terminaban con la sanción del militante.

 Unos años más tarde se recurrió a mecanismos económicos para recuperar al menos una parte del dinero invertido en formación, sobre todo en los entrenamientos en el extranjero. Para salir a un viaje de adiestramiento era necesario firmar un convenio con la empresa, en el que el trabajador se comprometía a laborar y permanecer por un período de cinco años o en su lugar reembolsar los gastos incurridos.