ay-las-normas

Este artículo fue publicado en el boletín EL Reactor, en febrero de 1987. Al final, encontrará una nota sobre la historia del mismo y podrá descargar el boletín completo en PDF.

Eugenio era un muchacho alegre, jovial, muy saludable y muy optimista. Además, Eugenio tenía un gran sentido de la responsabilidad y la disciplina.

Un día, su jefe se le acercó y le dijo.

—Tienes que evaluarte de las normas OP, PK, BU y Reglas CEN.

—¿Cómo? —respondió Eugenio ante aquel bombardeo indiscriminado de siglas— ¿Qué es eso?

—Son normas de control de soldadura.

—¿Soldadura?, ¿Yo? —respondió asombrado Eugenio— pero si yo no estudié soldadura, ni trabajo con soldadura y posiblemente nunca trabajaré con soldadura.

 —Todo el Departamento tiene que evaluarse, son orientaciones —concluyó el jefe.

Y como Eugenio era un muchacho alegre, jovial, muy saludable y muy optimista y, además, tenía un gran sentido de la responsabilidad y la disciplina, comenzó a prepararse para la prueba.

La primera dificultad con la que tropezó Eugenio fue que había muy pocos ejemplares de las normas para tanta, pero tanta gente que tenía que evaluarse. Cuando al fin pudo atrapar algunos para estudiárselos, se dio cuenta de que el contenido era voluminoso, y seguramente no le daría tiempo a estar preparado para la fecha del examen.

Lo que más preocupó a Eugenio fue que, en cada párrafo, aparecían palabras nuevas e incomprensibles para él, le era imposible razonar lo que leía, pero tenía que aprenderlo.

Fue entonces que Eugenio recordó cuando su maestra de primaria se empeñó en se aprendiera un horrible y largo poema, del cual ya no podía repetir ni un solo verso, pero que en aquel momento llegó a dominarlo muy bien.

A las dos semanas Eugenio podía recitar con puntos, comas y números de página las OP, PK, BU y Reglas CEN completicas.

Eugenio era así, un muchacho muy capaz y además era alegre, jovial, muy saludable y muy optimista y tenía un gran sentido de la responsabilidad y la disciplina.

Fue entonces que el jefe se le acercó y le dijo que ya la prueba no era el día 7, sino el 12. “Bueno, mejor”, se dijo, “unos días para precisar”. Pero después la volvieron a cambiar para el 18 y más tarde para el 24 y por último para el 29.

Lo más sorprendente fue cuando Eugenio se presentó y le dijeron que él no estaba en la lista que había bajado la Dirección para ese mes, que tendría que evaluarse el próximo mes.

Al principio se alteró un poco, pero finalmente se controló, porque él era así, alegre, jovial, muy saludable y muy optimista y, además, tenía un gran sentido de la responsabilidad y la disciplina.

Al mes siguiente Eugenio evaluó las normas con resultados excelentes, por supuesto. Lo felicitaron y todo. Fue entonces cuando le dijeron que dentro de tres meses tenía que volver a evaluarse.

Aquello fue demasiado, no lo soportó. Pobre Eugenio, era tan alegre. Ahora voy a verlo siempre al Hospital Psiquiátrico.

Historia de este artículo

Fue escrito en febrero de 1987, desde la incomprensión y la inmadurez de mis 25 años. La decisión de Ángel Murfi, por entonces secretario general del Buró Sindical, fue que el artículo no podía publicarse. Sin embargo, Rumbaut lo sacó con una coletilla que, en lugar de aclarar, le echó más leña al fuego.

El hecho fue analizado en un Consejo de Dirección. Se argumentó que podía ser leído por personas ajenas a la central, que se llevarían una imagen negativa del trabajo que se hacía en la misma. La censura siempre tiene sus razones. En definitiva, la administración ponía en nuestras manos la imprenta y el papel y no esperaba que la criticáramos. Pero lo continuamos haciendo.

Lea el boletín El Reactor de febrero de 1987